Hoy vivimos en un mundo que no valora ni desea la humildad. Ya sea en
política, negocios, artes o deportes, la gente trabaja duro a fin de
conseguir prominencia, popularidad y fama. Tristemente, esa mentalidad
se ha derramado dentro de la iglesia. Existen cultos a la personalidad
porque los pastores y líderes cristianos se esfuerzan por ser célebres.
El verdadero hombre de Dios, sin embargo, busca la aprobación del Señor
antes que la adulación de la multitud. Es así cómo la humildad se
convierte en el punto de referencia de cualquier siervo de Dios útil.
Spurgeon
nos recuerda que «si nos magnificamos a nosotros mismos, nos haremos
contenciosos; y no magnificaremos nuestro oficio ni a nuestro Señor.
Somos los siervos de Cristo, no señores sobre su heredad. Los ministros
son para las iglesias y no las iglesias para los ministros… Cuida de no
exaltarte desmedidamente, para que no llegues a ser nada».
Ejemplos de humildad
Hasta
su tiempo, Juan el Bautista era el mayor hombre que había existido (Mt
11.11; Lc 7.28). Fue el último de los profetas del Antiguo Testamento,
privilegiado con ser no menos que el inmediato precursor del Mesías. No
obstante, fue un hombre humilde y expresó esa humildad cuando dijo de
Cristo: «es necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (Jn 3.30). Con
excepción de Jesucristo, el apóstol Pablo es el mayor líder espiritual
que el mundo ha conocido, pero él se describe como «el último de los
apóstoles» (1 Co 19.9), «el más pequeño de todos los santos» (Ef 3.8) y
«el mayor de los pecadores» (1 Ti 1.15-16).
En 1 Corintios 4 se identifican cinco señales de la humildad de Pablo. Primero,
estaba contento de ser siervo: «Así, pues, téngannos los hombres por
servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios» (v.
1). La palabra que se traduce «siervos» es juperetes, la cual
se refiere literalmente a un remero de abajo, uno que remaba en el nivel
más bajo de un barco de guerra. Tales remeros eran desconocidos, sin
ser reconocidos ni honrados. «Cuando todo está dicho y hecho», dice
Pablo, «que se diga de mí que yo movía mi remo».
Una segunda señal
de la humildad de Pablo era su disposición a ser juzgado por Dios. En 1
Corintios 4.4 escribió: «pero el que me juzga es el Señor». Pablo no
buscaba la honra de los hombres, ni tampoco le importaba lo que pensaban
de él. Dios era la audiencia ante la cual ejecutaba su ministerio; era
Dios a quien él buscaba agradar a cualquier precio. Toda evaluación de
su ministerio ya fuera de otros o de sí mismo, no tenía valor alguno.
Tercero,
Pablo se contentaba con ser igual a otros siervos de Dios. En 1
Corintios 4.6 advirtió a los corintios que no lo comparasen con Apolos.
No quería que sus lectores presumieran elevando a uno por encima del
otro. Pablo y Apolos no estaban compitiendo entre sí, tampoco se
consideraba a sí mismo mejor que Apolos. La descripción hecha por Walter
Cradock de un hombre humilde queda a la medida exacta de Pablo:
- Cuando ve a otro pecador, se considera peor que él.
- El corazón humilde se considera a sí mismo todavía peor.
- Es Dios quien hace las cosas posibles y los méritos que hay en él.
- Considera que el más vil de los pecadores puede llegar a ser, en el buen tiempo de Dios, mucho mejor que él.
Cuarto,
Pablo estaba dispuesto a sufrir (1 Co 4.12-13). Sufrió por la causa de
Cristo como pocos hombres de la historia lo han hecho, y de ese modo
cumplió con las predicciones del Señor en la hora de su conversión (Hch
9.16). Pablo detalla algo de ese sufrimiento en sus cartas a los
corintios (1 Co 4.9-13; 2 Co 2.23-33). Su exhortación a Timoteo para que
«sufra penalidades como buen soldado de Jesucristo» igual que él (2 Ti
2.3) es un desafío para todo pastor, porque todos se enfrentarán al
sufrimiento. Como Sanders observa, «nadie que no esté preparado para
pagar un precio mayor que el que sus contemporáneos y colegas estén
dispuestos a pagar debe aspirar al liderazgo en la obra de Dios. El
verdadero liderazgo siempre exige un alto precio del hombre, y cuanto
más efectivo es el liderazgo, mayor es el precio que se tiene que
pagar».
Spurgeon da una razón por la que los pastores deben esperar
sufrimiento:
«Es necesario que algunas veces nos encontremos en
dificultades. A los buenos hombres se les promete tribulación en este
mundo, y los ministros pueden esperar una porción más grande que otros,
para que aprendan a simpatizar con el pueblo sufriente de Dios, y de ese
modo poder ser pastores idóneos para un rebaño que sufre».
Finalmente y en quinto lugar,
Pablo estaba contento con sacrificar su reputación. La meta del pastor
no es ser popular ante el mundo. Aquellos que predican abiertamente
contra el pecado y viven vidas piadosas sacrificarán su prestigio y
reputación pública. Sufrirán rechazo, enfrentarán oposición y sufrirán
incluso la calumnia. Pablo describió su propia pérdida de reputación
cuando escribió: «porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros
los apóstoles como postreros, como a reos de muerte; pues hemos llegado a
ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres… Hemos venido a
ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos» (1 Co
4.9, 13).
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